¿Por qué haría cerámica?
- Ana Maria Martinez
- 10 oct
- 4 Min. de lectura
Hasta hace un año, el contacto que había tenido con la cerámica se limitaba a usar vajilla cerámica a diario para alimentarme, sin tener idea de cómo se hacía, y creyendo que para hacerlo manual se requerirían años de estudios y equipos sofisticadísimos. No podía haber estado mas alejada de la realidad!
En marzo de 2025, estaba en uno de esos días de "desparche" típicos en los que quieres salir de casa y hacer algo que no sea ir a deambular por un centro comercial, pero no se te ocurre qué hacer en Medellín un sábado, me acordé de un lugar del que había leído en Instagram algunos años atrás, y teniendo un intento fallido de asistir a clase, había quedado con el número guardado para otra ocasión. Era Potterapy, y esa "otra ocasión" había llegado.
Llamé, tenían cupo para esa mañana, reservé clase, y me fui al taller, me tardé unos 10 minutos en mi auto en llegar desde el Tesoro hasta el local, ubicado en el centro comercial Vizcaya en el barrio el Poblado, parqueé fácil en el parqueadero del mall, subí al local sin saber muy bien que esperar, y para mi sorpresa, me estaban esperando con una sonrisa, un café caliente dispuesto para mi en tazas hechas en el lugar, un delantal de alfarero (para empezar, ni sabía que se usaban delantales especiales!) y un torno.
El profesor, Nico, me indicó que debía tomar el barro fresco de un contenedor, pesarlo, amasarlo, me indicó cómo debía hacerlo con una agilidad increíble que en principio no supe replicar, y luego, pasamos al torno. Hasta ahí creí que sería como en las películas, en las que el torno se maneja como máquina de helado, gira un poquito acá, se sostiene por allá, y mágicamente va subiendo un jarrón perfecto del barro. Luego, en el proceso, me di cuenta que el manejo del torno cerámico y del barro mismo, es un arte y una ciencia, en la que juegan un rol importante la atención que se ponga al material, al movimiento, a la presión que se ejerce, el punto en el que se ejerce y el apoyo que se da.
Estaba acostumbrada a que las manualidades se me daban fácil, y ese primer día me sorprendió reconocerme absolutamente en ceros! se me despegaba la masa de la base, pedía la explicación varias veces, el centro no me quedaba en el centro y la figura, no quedaba hecha mágicamente. Ese día, aterricé. Si quería aprender algo nuevo, debía despojarme del ego, tener fe en mi, en Nico, y en el proceso mismo y con humildad, darle la bienvenida a la torpeza de empezar de ceros!
Esa sensación de enfrentarme a lo desconocido y sentirme poco preparada de conocimientos previos, la había tenido cuando me gradué de la universidad y tuve mi primer trabajo, cuando aterricé sola en el aeropuerto del país al que me había ido a hacer la maestría y no entendía ni un solo letrero de señalización del aeropuerto y cuando llegué con mi bebé recién nacido a casa, a cargo de hacer que sobreviviera y sin tener entrenamiento en como hacerlo.
Esas experiencias de absoluta ignorancia y también absolutas ganas de aprender ¡son lecciones de vida! Por grande que se sienta la brecha de aprendizaje, esta pasa rápido, y de esos primeros días de novatadas, nos queda el recuerdo y la sonrisa que lo acompaña, cuando descubrimos que si fuimos capaces de aprender, que no fue demasiado para asumirlo, y que esos días, al asumir los retos con humildad y apertura, nos permitimos crecer.
Después de dos horas de casi locos-videos cerámicos, literal día de "embarradas", hice con el torno cerámico mi primera taza y un plato pequeño. La taza, la veía perfecta y enorme! hoy la veo y es una buena taza de espresso, torcidita, el plato que empezó siendo de postre, terminó siendo de 10 cms de diámetro, pero mas que las piezas que terminaron siendo, se convirtieron en un inicio en un nuevo hobby, la cerámica se convirtió en un mundo muy mío dentro de la rutina de trabajo, familia, deberes, mi momento de la semana en el que me dedicaba a disfrutar, desconectarme del mundo y olvidarme del celular, el reloj y los compromisos.
Dejé mis piezas en el taller, pasada una semana estaban secas y listas para pintarlas. Ensayé trabajar con engobes por primera vez (mezcla de arcilla, agua y pigmentos), pintando como con vinilos sobre el barro ya seco, ilustraciones que había hecho con lápiz según lo que se me ocurrió en el momento, sin guías ni replicando nada en concreto. Me permití crear según la mente quisiera, sin planes ni esquemas. Luego, pedí que las esmaltaran en el taller.

Tras una semana de quema en el horno cerámico, pude recoger mis piezas, y sentirme feliz al ver que había adquirido un nuevo superpoder: el de convertir el barro en objetos funcionales!
Hoy, después de varios meses de intensidad con el aprendizaje de la cerámica, conservo mis idas al taller como ese tiempo sagrado en el que pauso todo y me dedico tiempo al disfrute del arte, a la calma, a la conversación y las risas entre aprendices que, sin apartar la vista de nuestras piezas, compartimos ese espacio y ese estado de apertura y calma que la labor cerámica regala.
He aprendido todo lo que iba a aprender? No. En realidad cada clase que tomo, me da nuevas ideas de proyectos mas ambiciosos que quiero desarrollar en el taller, y empiezo a planearlos con los profesores para lograr conquistar la fabricación de esas piezas poco a poco. A veces, toma varios intentos llegar al resultado, de ahi salen piezas intermedias curiosas, y he ido aprendiendo a conocer el material, tener mayor confianza en mi misma al practicar modelado y torno, y atreverme a más complejidad cada vez. Y es delicioso.
Si miro hacia atrás, agradezco ese sábado en el que fui valiente, y me atreví a ir sola a hacer algo que nunca habia hecho. Me regaló un mundo entero.



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